La detallada historia de una de las tragedias más recordadas del deporte argentino.
Los años felices duraron lo que la luz de un fósforo. Atrás habían quedado los sueños juveniles de una consagración mundial desde la «Meca del Boxeo», los Estados Unidos. La batalla con Joe Frazier, a quien le propinó dos caídas en el viejo Madison –primer encuentro -, el regreso a Buenos Aires para reventar al Luna Park como nunca y como nadie ganándole al ídolo Gregorio Peralta ante 25.000 espectadores. El insoportable «Pio-Pio» –una canción primaveral que le escribió Palito Ortega- y que aún desde su finita voz convirtió en hit en una cartelera de la calle Corrientes entre las mejores vedettes de la Revista Porteña. «Los ravioles de Doña Dominga», aquellos almuerzos televisivos de cada domingo al que asistían los famosos del final de los ’60 por Canal 11 «Leoncio», (hoy Telefé). Las tapas de la glamorosa revista Gente con lo mejor de la farándula y el jet set. La osadía para declarar intimidando a sus rivales con el «lo voy a matar». La simpatía de sus incesantes desfiles mediáticos… Todo, todo se había terminado tan rápido como su frescura.
El autor de ésta nota había cubierto para El Gráfico su última presentación en los Estados Unidos. La recuerdo de manera imborrable. Dos patrulleros de la Policía de Denver, Colorado, trasladaron a su rival desde la Penitenciaría del Estado hasta la arena. Un gigante negro, osco e inamistoso, dentro de su indumentaria enteriza de un anaranjado fosforescente, engrillado y esposado, fue acompañado hasta su camarín . Allí, en presencia de un fiscal, le quitaron los grilletes, las esposas y le permitieron comenzar el calentamiento para enfrentar a Bonavena. Esa noche de 1974, Ron Lyle condenado a diez años de prisión por Homicidio Simple le ganó por puntos y junto con la derrota a Ringo también lo abandonaron los sueños.
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Todos ya habían pasado por su carrera. Cassius Clay, Jimmy Ellis, Joe Frazier, Ron Lyle, entre los más destacados. Hizo un combate más hacia fines del 75 frente a Raúl Gorosito, «un amigo» y le ganó por puntos en un Luna siempre lleno con grandes afectos y enormes odios, tal como corresponde a un ídolo.
Sin rivales aquí y habiendo enfrentado ya a los mejores en los Estados Unidos, ¿qué le quedaba? Intentar la revancha contra Muhammad Alí o medirse con el calificadísimo Ken Norton, quien le había partido la mandíbula al mismísimo Alí. Fuimos a Caracas donde peleaban George Foreman y Ken Norton. Allí estaba el inolvidable Cassius como invitado especial. Ringo lo provocó, se quitó el saco en pleno ring side, lo invitó a pelear, lo insultó, le dijo «gallina», cobarde, subió al ring del Poliedro pero no hubo caso. Su intento marketinero se convirtió sólo en una anécdota… Y para colmo, Foreman arrasó a Norton en dos asaltos.
Joe Montano, un puertorriqueño radicado en Nueva York, manejador de boxeadores, apareció por Buenos Aires a fines del ’75 después del combate de noviembre frente a Gorosito. Y logró que Bonavena le firmara un contrato de representatividad, a cambio de una «prima» de 20.000 dólares. Según su promesa, Ringo haría la revancha con Alí.
No resultó cierto. Joe Montano le transfirió el contrato que tenía con Bonavena a Joe Conforte. Y Ringo viajó a Reno, Nevada, el 1 de febrero de 1976. Joe Conforte era un siciliano de 57 años, casado con su paisana Sally Burgess, doce años mayor que él. Hacía más de cuatro décadas que vivían en los Estados Unidos. Primero habitaron en Nueva Jersey y después se trasladaron a Reno. Allí abrieron el Mustang Bridge Ranch en el condado de Storey. El capo mafia de Nueva Jersey, Lou Bonanno, cuya organización criminal se dedicaba al juego y la prostitución, le había dado el «placet» para que Conforte explotara el Mustang Ranch. Por entonces la idea era que Reno se tornara de a poco en un serio competidor de Las Vegas y por ello la mafia comenzaba a invertir.
Joe Conforte era el dueño del más calificado prostíbulo del Estado de Nevada disfrazado de Casino con unas cincuenta máquinas tragamonedas. Su estilo era colonial mexicano, de fuerte influencia prehispánica. Tenía 54 habitaciones de un lujo obsceno. Dentro del edificio con galerías, mayólicas y altos arcos colombinos, vivían las 60 mujeres cuyos servicios «regulares» se pagaban cien dólares por un tiempo no superior a la media hora. Pero Conforte también ofrecía «orgías romanas de Calígula»-el lujurioso y sanguinario Emperador de Roma-, cuyo costo ascendía a 500 dólares por huésped. Para entrar, cada persona debía demostrar a los corpulentos e insobornables porteros que llevaba consigo un mínimo de 200 dólares cash. La mitad de lo recaudado era para la casa. Y con el otro 50 por ciento se pagaba al «personal» los gastos, impuestos y el consabido porcentaje a la «Famiglia Bonanno».
Joe Conforte fue sentenciado a cinco años de prisión por querer sobornar a un fiscal cuando su prostíbulo era ilegal. Tras recuperar su libertad bajo fianza, veintidós meses después, el negocio quedó a nombre de su esposa, la señora Sally Conforte. En esa transferencia de bienes figuraba también el contrato de Oscar Ringo Bonavena. Junto a su amigo Julio Morales, quien lo acompañó desde Buenos Aires, compraron un «trailer» de 12.500 dólares para vivir en lo que aquí se conoce como «camping», a unos cuatro kilómetros del Mustang Ranch.
Ringo realizó una sola pelea bajo la obligación de ese contrato: fue el 27 de Febrero de 1976 ante Billy Joiner, a quien desganadamente le ganó por puntos, negándose a ponerlo nocaut. En nuestra última charla telefónica después del combate me confesó: «Esto es un circo, viejo. Alrededor del ring hay mesas con faisanes, champagne, putas hermosas vestidas de gala, millonarios con guardaespaldas, camareras prácticamente en bolas sirviendo, risotadas, todo el mundo fuma habanos o cigarrillos o marihuana. Es una cagada, un desastre. ¿Quién puede pelear así? Ah, -recordó azorado- te tiran comida al ring si algo de lo que estás haciendo no les gusta. Pan y circo, viejo. Yo aquí no peleo más…».
Sally Conforte fue la primera en enterarse sobre esta queja de Ringo y su amenaza de romper el contrato y no pelear más en el Mustang Ranch. Y trató de calmarlo. Le regaló 7000 dólares de su bolsillo y le facilitó lograr documentos de identidad como residente definitivo de los Estados Unidos, algo muy difícil y valorado. Para ello lo hizo «casar» con una de sus chicas: Cheryl Anne Rebideaux, de 24 años. Una mujer rubia, de amplia y sistémica sonrisa. Paso grácil, cuyas medidas se aproximaban a los 90-70-90 y cuyo nombre «artístico» era Daisy. Esta despampanante criatura era además – y nada menos- la novia de William Ross Brymer, el guardaespaldas personal de Joe Conforte. Brymer había sido boxeador profesional, visitó levemente algunas prisiones por «amenazas a una mujer», «tenencia de narcóticos» y «asalto a mano armada». No veía del ojo derecho a raíz de un desprendimiento de retina, siempre estaba armado, odiaba a Ringo y una vez haciendo guantes quiso sobrepasarse hasta que Bonavena le metió un cross de izquierda y lo puso nocaut. Esto aumentó su rencor.
La Libreta de casamiento firmada por el Juez John Gabrielli databa del 19 de Febrero del año 1976 y fue recibida por Sally Conforte en su domicilio del 3115 del Sullivan Lane de Reno, Nevada. Ella misma, en el marco de una gran fiesta, se la entregó a Ringo como prueba de afecto y protección. Joe Conforte, el verdadero dueño del casino-prostíbulo, no pensaba lo mismo. Y se lo hizo saber a Ross Brymer y a John Coletti, su segundo guardaespaldas. «No quiero ver a este imbécil con Sally, no quiero que frecuente este lugar, no quiero que coma mi comida, no quiero que se acueste con mis chicas. Díganle que se acabó», ordenó el mafioso, preso de un verdadero ataque de ira.
Brymer y Coletti cumplieron con la orden del jefe. Pero Ringo se lo contó a Sally. La noble sexagenaria, con limitaciones para caminar en su pierna derecha a raíz de un accidente automovilístico, madre de tres hijos, cada vez más lejana sentimentalmente de su esposo Joe y a cuyo nombre estaba todo el «reino», trató de consolar a Ringo. «Se le pasará, él es muy temperamental», le dijo refiriéndose a su marido, «il capo».
El 15 de Mayo de 1976, se inauguró el Mustang Ranch 3. En esta nueva «sucursal» trabajaban 72 chicas y la fiesta de inauguración fue sorprendente. Muchos políticos, hombres de negocios de Reno y de Las Vegas. Los shows eróticos no cesaban y Joe pasaba por las mesas con su habano encendido agradeciendo la presencia de «amigos» tan importantes.
Ringo Bonavena, el pibe de Patricios, el esposo de Dora, el papá de Nancy y de Natalio, el hijo de doña Dominga, el que batió todos los récords de audiencia televisiva cuando enfrentó a Muhammad Alí con insuperables 79.1 puntos de rating, pidió la palabra y bajo los efectos burbujeantes del champagne dijo, abrazando a Sally: «Gracias a todos por venir a nuestra casa, etc, etc, etc». Joe Conforte le hizo una inequívoca seña a John Coletti y a Ross Brymer, sus «culatas», para que procedieran, al tiempo que acercándose a un Ringo algo mareado por el alcohol que jamás ingería le dijo al oído: «Con mi mujer hace lo que quieras. Con mis negocios, no. Y ahora, fuera de aquí…»
Esa noche, en el trailer donde vivían Oscar y su amigo el «Gordo» Julio Morales, apareció una mancha negra en el piso. Sobre ella, cenizas de algo que se había quemado recién. Y a un costado del trailer, los documentos de Ringo y casi todas sus pertenencias aún humeantes. Una clara señal mafiosa.
Dora Raffa, quien es hoy la viuda de Bonavena, sabía todo cuando ocurría ya que Ringo la había llamado para preguntar por los chicos y anticiparle que viajaría a Buenos Aires para llegar el 23 de mayo, día del cumpleaños de Dora. También le pidió que rezara por él, que rezara mucho. Pues aunque la relación matrimonial no pasaba por su mejor momento, Bonavena nunca dejó de acudir a su esposa en las circunstancias críticas. Y esa lo era. Amenazado, intimidado por un mafioso, a punto de romper unilateralmente el contrato, sin posibilidades ya de una pelea digna en un marco normal, sin dinero y con la sola protección de una venerable anciana con quien solo sostuvo una relación amistosa, había decidido regresar.
Alberto Oliva, corresponsal de la Editorial Atlántida, y Juan Larena, corresponsal de la Editorial Abril, fueron los primeros dos periodistas argentinos en arribar a Reno después de la tragedia. De ambos relatos surge la reconstrucción de los hechos:
Pasada la medianoche del 21 de mayo de 1976, Bonavena estaba jugando en el Casino Harrah’s. Recibió un llamado telefónico, se trataba de una provocación. Finalmente, de una trampa. Tenía todo programado para regresar a Buenos Aires la noche siguiente, la del el 22 de mayo de 1976 en Aerolíneas Argentinas, vía Los Ángeles. No obstante, e increíblemente entre las 6:15 y las 6:30, según el Sheriff Bob De Carlo, tras aquella llamada Ringo salió velozmente en su auto Chevrolet, modelo Montecarlo Coupe 75′ color caramelo, desde el Harrah’s hacia el Mustang Ranch. Su amigo Morales había desaparecido de «los lugares que solía frecuentar» después de la señal mafiosa que dejaron sus objetos personales incinerados. Había quedado solo.
.-Eh, oigan bien ustedes, estúpidos guardaespaldas de cuarta, voy a entrar de cualquier manera- amenazó Ringo desde la calle frente a la puerta del Mustang Ranch, sabiendo que alguien le apuntaba desde lo alto.
.- Te conviene irte amigo- le respondió John Coletti, desde una amplia mirilla de la puerta principal.
No hubo tiempo para más. William Ross Brymer, con una escopeta Remington 30-08, le disparó desde lo alto y una de las seis balas descargadas atravesó el corazón de Ringo.
Simultáneamente, cuando en Johannesburgo eran las 16:30 hs, una veintena de argentinos, conmovidos por tan trágica noticia, nos juramentamos no decirle nada a Víctor Emilio Galíndez. Esa noche, después de una de las peleas más tremendas y sangrientas que recuerda la historia del boxeo mundial, Galíndez ponía nocaut en el último minuto del 15° asalto a Richie Kates, reteniendo su corona mundial de los medio pesados.
Recién cuando el doctor Clive Noble le cosía una profunda y longitudinal herida en su arco superciliar derecho sin anestesia, nos animamos a contarle que su amigo e ídolo, Oscar Ringo Bonavena había sido asesinado en la puerta del Mustang Ranch de Reno, Nevada. Ese dolor fue el verdadero e insoportable dolor de Galindez. Y el de todos.
Mañana por la noche, 41 años después, en el Salón Diquint de José Cubas 3474, en el marco de la entrega de los Premios Firpo a las mejores boxeadoras y boxeadores del año, la UPERBOX (Unión de Periodistas de Boxeo) evocará los «grandes clásicos» del boxeo argentino y rendirá un emocionante tributo a estos dos hechos con los hijos de ambos sobre el proscenio.
Se les podrá contar a ambos muchas cosas sobre los corazones de sus padres. Lo difícil será explicar que Ringo jamás creyó que algo podría traspasar su pecho. Ni siquiera una bala…