Brian «Rabeat» Molina nació cuando sus dos padres estaban presos. Vivió en un instituto de menores, en la calle y en un pabellón del penal de Marcos Paz. Hoy vive de la música y tiene canciones con más de 3 millones de reproducciones en YouTube.
Llueve y está fresco en Buenos Aires. Brian se sienta en un bar de Almagro, se abre la campera húmeda y pide un cortado. Tiene una remera de cuello redondo y un tajo horizontal que le atraviesa la garganta de extremo a extremo. No es una cicatriz tan vieja: es de hace poco más de un año, una de las tantas veces en que se salvó de que lo mataran.
«Cuando mi mamá cayó presa, estaba embarazada de mí. Me crié con ella en en la cárcel hasta que cumplí 4 años. Mi viejo también delinquía. Él estaba preso en Caseros», cuenta Brian Molina (24) a Infobae. «De esa época, me acuerdo del ruido de los golpes de las puertas, de las cadenas, los gritos. Y que me ponía mal cuando veía a mi mamá golpeada, porque en estos lugares se defienden así, a las piñas. Yo era chico pero me daba cuenta porque a veces la abrazaba y se quejaba del dolor».
El inicio de su vida parece sacado de la película «La Leonera», en la que Pablo Trapero retrató la maternidad en las cárceles de mujeres. Pero el problema de Brian no fue sólo dónde nació sino la vida que le esperaba afuera, ahí donde se suponía que empezaba la libertad.
«Cuando salí, me mandaron con mi abuela. Ya había un montón de problemas, no había plata, terminamos viviendo en un hotel. Ella me anotó en primer grado, acá en Almagro, pero la directora del colegio la denunció porque no tenía mi tenencia, y fui directo a un instituto de menores. A los 4 años salí de la cárcel y a los 6 estaba encerrado de vuelta».
Pero ya no estaba solo: como sus padres seguían teniendo visitas penal a penal, habían tenido otros dos hijos, Juancito y Yasmín, que fueron enviados al mismo instituto. A medida que su hermana fue creciendo, Brian empezó a pelearse a piñas para defenderla. «Mi carácter se formó así, a base de la violencia».
Brian tenía 10 años cuando se fugó por primera vez. «Quería ver la calle, sólo la había visto por una ventana». Se fue con Juancito, su hermano de 9 años.
Se instalaron en una ranchada en la plaza del Congreso, y enseguida empezó a inhalar pegamento. «Lo hacía para encajar con los otros, y porque me sacaba un rato de la realidad. Éramos de esos pibitos teñidos de rubio jalando poxi en la calle, a los que nadie ve. La indiferencia es muy fea. No es que vos querés ser así y estar ahí, no tenés opciones. Si estás pidiendo sos la lacra, si estás robando sos el pibe chorro. A veces no sé que pretende la sociedad de un chico». Pronto se convirtieron en paisaje.
Primero pidió monedas, «hasta que la cabeza me explotó, estaba cansado de que miraran de arriba». Alguien le dio un arma y Brian rompió el vidrio de un local y se llevó lo que había adentro. «Ya sé lo que van a pensar: ‘¿y por qué no fue a golpear una puerta para barrerle la vereda a una vecina? Dios mío, un pibe de 10 años que vive en la calle drogado, ¿qué puerta va a barrer, si nadie te abre la puerta? ¿Cómo me vas a cuestionar si no tenés la más puta idea de lo que es no dormir para que no se violen a tus hermanos?».
Como Juancito le pedía llorando que dejara de robar, Brian se mudó solo a otra ranchada, frente al parque Lezama. «Era un local tras otro, metíamos caño y en una cuadra hacíamos tres. Quería plata, nada más. No estaba resentido, no pensaba en lastimar a la gente, tampoco si me iban a lastimar». Cuando consiguió plata, fue a buscar a su hermano y se fueron a vivir a una habitación de hotel que aceptaba menores de la calle.
Era lo que llaman «un pibe chorro» sin adultos alrededor, pero igual iba a la escuela. En esa época conoció el mar: se coló en el tren que va a Mar del Plata, bajó y se sentó en la arena solo. Cuando ya llevaba 3 años viviendo en la calle, volvió al instituto a buscar a su hermana.
«Rompí el vidrio, me agarraron otra vez y me metieron en lo que llamaban ‘el penalito’. Cuando me dejaron salir les di a todos los que la verdugueaban. Yo ya era un chico con una locura impresionante y una agresividad terrible pero siempre pienso ésto: yo no nací loco, me fueron enloqueciendo, ¿entendés?». Volvió a fugarse.
Sus hermanos comenzaron la etapa de guarda con una familia dispuesta a adoptar a los tres. Brian, que ya no creía en nadie, volvió a sentirse amenazado. «Eran los Ingalls y nosotros los huerfanitos. No me lo pude bancar». Aceptó ir como una estrategia para «rescatar» a sus hermanos y se terminó agarrando a piñas con los hijos biológicos de la pareja. Los chicos se quedaron, a él le abrieron la puerta para que se fuera.
«Me estaba volviendo cada vez más loco. Hasta que un día llego a la ranchada del Obelisco, donde estaban los pibes que pedían monedas en la 9 de julio, y uno me dice que unas señoras habían ido a preguntar por mí . No lo podía creer. Eran mi abuela y mi tía, hacía años que me estaban buscando por la calle». Brian volvió a la casa de la familia adoptiva, se llevó a sus hermanos y se escapó con ellos.
Con ayuda de una abogada, los hermanos le escribieron una carta al juez. Le contaron dónde habían nacido, cómo eran sus vidas, y le rogaron que les permitieran quedarse juntos al cuidado de su abuela y de su tía. Fue la primera vez que un juez los escuchó.
«Mi tía pasó a ser como una mamá. Pero al poco tiempo de estar con ella, se murió. Rompí todo, me volví loco otra vez». Sin embargo, algo había cambiado. Ese día, Brian -que había aprendido a tocar el piano en el instituto de menores- se encerró en el baño y empezó a escribir una canción. Una de las primeras dice así: «Solía soñar que era el héroe de mi vida, cargando los problemas de una familia perdida».
En ese derrotero conoció a alguien que le hizo escuchar rap. Y la relación oculta que tenía con la música, por fin se reveló. Brian empezó a hacer Beatbox (producir beats de batería, ritmos y sonidos usando la boca, labios, lengua y voz) y salió campeón argentino. Empezó a hacer Freestyle (improvisación) y salió campeón de Buenos Aires.
«Cantaba lo que me contaban y lo que sentía, lo sigo haciendo. Y cuando improvisaba, lo que me pasaba salía sin filtros. La música no es un cable a tierra para mí, todo lo contrario, cable a tierra es leer un diario. Cuando escribo salen cosas que ni imaginaba que tenía adentro».
Pero Brian ya había hecho carne un modo de defender lo que quería y, a los 19 años, cuando ya tenía dos CD grabados, cayó preso en Marcos Paz. «El que era mi cuñado le pegó a mi ex mujer. Estaba embarazada, casi pierde el bebé. Lo apuñalé». Lo condenaron a 4 años y medio de cárcel. Quien era su pareja también quedó presa y el círculo volvió a cerrarse: su hijo nació en un penal, como él.
En Marcos Paz organizaron una competencia de músicos. Brian -su nombre artístico es Rabeat– y otro compañero de pabellón ganaron y les permitieron grabar un disco y presentarlo. En ese contexto se enteró de que su mamá, que ya estaba en libertad, había muerto. Así nació el nombre de la banda: «Majamasmuere». «Pensalo. Si yo sigo cantando y haciendo música, mi mamá jamás muere». En el brazo, tiene tatuado un reloj con la hora exacta en la que se enteró de que su mamá había muerto.
Quedó en libertad hace casi dos años. De esa época es la cicatriz de la garganta y todas las que se ven ahora en el pecho cuando se levanta la remera en el bar de Almagro. Hubo una pelea, lo quisieron degollar.
En libertad, la banda empezó a levar. Tanto, que el año pasado tocaron en Palermo Club, en Groove, en el Obelisco, en Tecnópolis y cerraron el año en La Trastienda. Además, tocaron junto a otras bandas en el teatro Gran Rex y se fueron de gira por el país. Uno de sus temas -«Tiempo»- ya tiene 3.216.000 reproducciones en Youtube.
Brian ahora vive de la música. Pero cada tanto, se cuela en los comedores en los que paran jóvenes que estuvieron detenidos y no saben qué hacer con sus vidas, o chicos que huyeron de sus casas porque sus padres los obligaban a vender paco. «No voy ahí a hacerme el sentimental. Primero escucho lo que tienen para contar, después les cuento mi vida. Fijate qué querés hacer».
El bolillero de Brian paró y la bolilla con su nombre cayó. No volvió a la calle, no volvió a robar, hoy trabaja para la música, se limpia con la música. Pero el bolillero sigue girando y, cuando no hay redes, el azar define. Ahora es Juancito, aquel hermano menor que también nació en la cárcel, el que está preso en Ezeiza.