A un año de la multitudinaria marcha, los casos de violencia de género y femicidios continúan. ¿Qué hace que estas víctimas no puedan cambiar su realidad? ¿Cómo pueden lograrlo?
Estamos a un año de la multitudinaria protesta #NiunaMenos por los reiterados casos de violencia de género y femicidios. Esta movilización que puso el tema en boca de todos no logró modificar el escenario. En el 2015 se produjeron 286 casos de violencia de género con desenlace mortal. En el 2014 habían sido 277.
¿Qué hace que este número siga en aumento? ¿Por qué las mujeres no logran denunciar y separarse antes de ser asesinadas? Estas preguntas parecen fáciles de responder “desde afuera”, pero son muchos los factores que hacen que las mujeres que sufren hostigamiento psicológico y/o agresiones físicas por parte de sus parejas no puedan cambiar su realidad.
Hablamos de mujeres que son maltratadas, dominadas, atemorizadas y cuya autoestima está literalmente en el suelo. El miedo es el principal motivo que suele paralizarlas e impedir que ellas puedan tomar la decisión de denunciar y acabar con la violencia que reciben.
¿Qué miedos hay dentro de estas mujeres?
No se trata sólo existe el miedo al maltratador, a sus reacciones, persecuciones y represalias (tanto hacia ellas como hacia los hijos), sino que aparecen muchos otros: miedo al qué dirán los demás, miedo a que no le crean, miedo a perder a los hijos, miedo a no poder atenderlos económicamente (en general, estas mujeres dependen económicamente de su pareja y/o tienen poca experiencia laboral o capacitación y temen no encontrar trabajo), miedo a la soledad, entre otros.
Un estudio sobre la inhibición a denunciar de las víctimas de violencia de género, elaborado por la delegación del gobierno español para la Violencia, sostiene que lo primero que hay que entender es que una mujer que sufre malos tratos tarda tiempo en decidir dejar esa relación tóxica.
Es un proceso largo en el que él intentará por todos los medios evitar que ella tenga una red social y familiar en la que protegerse, mientras su estado mental se va deteriorando poco a poco. Tanto que en muchos casos, «ese deterioro psicológico las llega a inhabilitar para tomar decisiones y buscar salidas a su situación», indica el estudio.
“El miedo está entre las principales dificultades que enfrenta una mujer maltratada. Ella tiene en su cuerpo y sus emociones el registro de que cualquier cosa que haga puede ser usada como argumento para que su pareja se violente. Las amenazas o la posible venganza del agresor generan un clima de terror que la paraliza. No hay que olvidar que el mayor porcentaje de femicidios ocurren cuando la mujer decide separarse”, dice la licenciada Elisa Mottini, especialista en Violencia Familiar de la Asociación Civil de Especialistas en Violencia Familiar (ACEViFa).
¿Cómo «escapar» y «cambiar» esa realidad de violencia?
Al momento de afrontar la decisión de denunciar a la pareja agresora, resulta necesario que la mujer busque apoyo y se prepare, por ejemplo, conociendo mecanismos para pedir ayuda ante situaciones de riesgo. Existen asociaciones, centros sociales y fundaciones que trabajan para dar contención, apoyo psicológico, asesoramiento jurídico, capacitación laboral, subsidios, alojamiento, etc para que las mujeres víctimas de violencia puedan superar todos los miedos que las acompañan.
Otra pata importante para lograr dejar la relación tóxica es restablecer los vínculos familiares y afectivos. “Cuando la mujer logra recuperar estos afectos, se percibe que siente una compañía, alguien con quien contar y con quien sobrellevar este momento para no sentirse tan sola”, describe la licenciada Carla Del Duca, de la Asociación Civil Dignos de Ser.
Sin embargo, el aspecto quizá más fundamental a trabajar es con ellas mismas. Las mujeres deben recuperar su autoestima, valorarse y creerse merecedoras de una vida sin violencia. Para el doctor Norberto R. Garrote, director de la Especialización en Violencia Familiar de Universidad del Museo Social Argentino (UMSA), “la mujer logra salir de la situación violenta cuando puede darse cuenta que merece ser respetada, que posee la libertad para decidir por sí y en la medida que admita que la relación afectiva de pareja se consolida en tanto y cuanto cada uno logra, por medio de la palabra, plantear las diferencias, aceptarlas, comprometiéndose a buscar consensos que contemplen las necesidades de ambos”.