Son dos hermanitos de cinco y siete años que viven en Tailandia. Todos los días son acompañados por una elefanta y su cría.
Muchos chicos no quieren ir a la escuela. Por motivos variados. Fobia a los libros, molestia de levantarse temprano, maestra que los tienen entre ojos, compañeritos que los maltratan, camino peligroso para llegar al colegio.
Pero dos hermanitos que viven en un poblado selvático en Surin, Tailandia, no sufren ninguno de esos problemas. Él se llama Nong y tiene siete años, ella es Ong y tiene cinco. Cada mañana, ir a la escuela para ellos es una aventura maravillosa. Son tres kilómetros de ida y vuelta que parecen una fábula.
Es que a su lado tienen dos escoltas de lujo. Que los defenderán ante cualquier ataque, que les servirán de almohada para descansar en medio de la foresta, que los llevarán sobre sus cuerpos si están cansados de caminar y que incluso jugarán con ellos.
Son una elefanta y su cría. No son animales perdidos. Pertenecen al padre de los hermanitos. Los animales están listos cada mañana para esperar a Nong y Ong. Van caminando a su lado, atentos a cualquier cosa extraña. A la salida de la escuela los esperan y la mamá elefante lleva a los hermanitos sobre su lomo mientras su cría camina a la par.
No es algo insólito. En Tailandia el elefante es un animal venerado y en el poblado de los chicos son parte de los grupos familiares, tanto que tiene cabañas construidas especialmente para que duerman. En cambio de un perro o un gato como animal doméstico tienen paquidermos. Y muchas de las familias poseen dos o más de ellos.
Pero el amor de los elefantes por Nong y Ong es retribuido. La historia de los chicos fue percibida de casualidad por un fotógrafo de 36 años, Arunan Sathiyanathan. Que captó una imagen conmovedora. Nong en medio de la selva leyendo una revista de historietas, apoyada su cabeza sobre el elefante bebé, que duerme plácidamente entre el follaje.
Los dos hermanitos cuidan de los elefantes y le prodigan tanto cariño que entre los cuatro hay una unión muy particular. Son familia. Arunan declaró que luego de visitar el poblado se dio cuenta que no debe haber sitio en el mundo donde los elefantes sean tan amados y cuidados como allí.
Allá van Nong y Ong como cada mañana al colegio. Tranquilos, seguros y contentos. A su lado viajan una madre y un hijo pequeño que darían las vidas por ellos. Una guardia real. La que todo chico soñó.