Cómo se gestó la audiencia entre el líder de la Iglesia y el Presidente. Los gestos que ayudaron a suavizar tensiones. ¿Quién eligió la foto oficial? El detrás de escena de la reunión que se llevó a cabo en el Vaticano.
En «La sonrisa de Mandela», el libro que Mauricio Macri leyó, releyó y regaló a todo su equipo, el periodista John Carlin retrata al líder sudafricano como un hombre magnánimo y generoso en el poder, que no usó su talento político para mover a las masas y sacar lo peor de la naturaleza humana. Por el contrario, «desterró el apartheid con gentileza», lo que quedó demostrado a su muerte, llorada por negros y blancos por igual. En sus momentos de desconcierto, que por cierto los tiene, cuando no sabe si apelar a su conocida desconfianza o a su adquirida empatía con el otro distinto, el Presidente suele volver a ese libro, su propia Biblia política.
Macri estaba dolido con el Papa Francisco. Nunca entendió por qué impuso un frío en la relación entre ambos durante el último año en la presidencia de Cristina Elisabet Kirchner. Cuando se realizó la consagración de su Pontificado, tuvo el gesto de recibirlo junto a Juliana Awada en un encuentro privado, previo al encuentro oficial con la presidente argentina, y hasta le encontró un lugar especial al matrimonio para que pueda seguir la ceremonia. En esa ocasión, le recomendó a la esposa del jefe de Gobierno porteño que se bautizara, compromiso que concretó con humildad y bajo perfil, acudiendo al padre Tomás Llorente, de la parroquia Santa Rosa de Lima en Pilar, de estrecho vínculo con su familia. Sin embargo, y a pesar de que a mediados de 2015 viajó a Roma con expectativas, Macri no volvió a reunirse con Bergoglio.
Quizás por eso aceptó gustoso la propuesta del embajador que designó para el Vaticano, Rogelio Pfirter, quien diseñó la política de encarar la relación como un «vínculo de Estado a Estado». También sonaba muy bien en los oídos del jefe de Gabinete, Marcos Peña, siempre dispuesto a exhibir imágenes opuestas a las protagonizadas por Fernández de Kirchner.
Francisco estaba igualmente incómodo con Macri. Descontado un nuevo triunfo del peronismo, en los minutos de su complejísima agenda dedicados a la Argentina, se enfocaba en hablar con los sectores más sectarios del kirchnerismo en el poder para dar mensajes de paz, unidad, encuentro. Nunca imaginó que Cambiemos ganaría las elecciones y, cuando eso sucedió, no encontró las palabras para hablar del tema a los periodistas que lo consultaron en un vuelo de avión de regreso a Roma desde el continente africano. Literalmente, quedó mudo.
Incluso se convenció -o lo convencieron, que no es lo mismo, pero es igual- de que Peña era el artífice de una campaña en su contra en las redes sociales y, por derrame, de una notoria caída de feligresía en las iglesias, que se habían superpoblado una vez conocida su consagración como Papa.
Pero tanto empeño pusieron ambos en que se dé inicio a una nueva etapa en la relación, que para el encuentro de ayer se cuidó cada detalle:
1. El Papa no recibió en estos días a ninguna figura que irritara al Gobierno, léase el ex embajador Eduardo Valdés, la periodista Alicia Barrios, los titulares de Scholas Ocurrentes, ni siquiera Gustavo Vera. Tampoco a Diego Maradona, que está en Roma donde jugó el Partido por la Paz, que terminó en una pelea pública con Juan Sebastián Verón.
2. El Presidente preparó y publicó antes de viajar a Roma un decreto convocando formalmente a una Mesa del Trabajo y la Producción, un diálogo entre gremios y empresarios, que empezará a concretarse el próximo miércoles.
3. El Papa habló con dos sindicalistas pidiéndoles que desactiven cualquier convocatoria a un paro nacional, buscando el acuerdo con el Gobierno y las empresas.
4. En la semana, el secretario de Medios, Jorge Greco, y uno de los editores del próximo a lanzarse L’Osservatore Romano local, Santiago Pont Lezica, se reunieron para afinar los detalles de la conferencia de prensa que dio el presidente Macri una vez concluido el encuentro.
5. El rector de la UCA, monseñor Víctor Manuel Fernández, realizó el miércoles 12 de octubre el panel «Hacia una cultura del encuentro en la Argentina», que ofició como marco interpretativo de la reunión entre Macri y el Papa. Ante la presencia de 900 personas, entre las que estaban el ministro de Trabajo Jorge Triaca, los senadores Federico Pinedo, Juan Manuel Abal Medina, Omar Perotti y el dirigente Julián Domínguez, monseñor Fernández expuso una notable pieza conceptual en torno a qué quiere decir el Papa cuando habla de inclusión social de los pobres, por qué el Estado tiene que ser activo para generar trabajo y por qué el «derrame» es siempre inequitativo.
6. La ministro de Desarrollo Social, Carolina Stanley, expresó públicamente que el Gobierno que integra no avala la teoría del «derrame».
7. Macri y el cardenal Mario Poli viajaron en el mismo vuelo y mantuvieron un diálogo informal donde el Presidente lo invitó a dar un paseo en bicicleta por las calles de Roma, que duró una hora y media.
8. El Presidente, al decir de un amigo del Papa, fue «sobrepreparado» para la reunión, con papeles y documentos del trabajo sobre lo que se está haciendo contra la pobreza. Es lo que más agradó a Francisco, por eso no hubo tiempo de hablar de otros temas.
9. El Papa cuidó cada detalle del encuentro. El fotógrafo del Vaticano se demoró en la entrega de los materiales, se equivocó y envió los de la reunión siguiente, lo que impacientó a Bergoglio, que quería elegir personalmente la foto oficial de la reunión, para transmitir cuanto antes su buena predisposición. Curiosamente, Macri eligió una muy parecida, que después también se distribuyó.
10. Víctor Bugge no iba a ser testigo de la reunión, pero cuando Francisco se enteró, por una declaración de Macri, que el fotógrafo oficial de la Presidencia estaba en Roma, permitió su ingreso, aunque sin cámara. Voceros oficiosos aseguran que tenía una pequeña cámara, aunque esas fotos serán para el archivo personal de Macri, no para distribución a los medios.
Pero nada de esto sucedió de un día para el el otro. Hace por lo menos seis meses que se suceden encuentros formales, informales, llamados de allá para acá, de acá para allá. El cuestionado Peña, por ejemplo, fue parte activa de la nueva etapa de relacionamiento, trabajando duro para evitar nuevos ruidos, al punto que tomó la decisión de no viajar. Hay quienes aseguran que Francisco, incluso, mantuvo diálogos telefónicos con Silvia Majdalani, la número dos de la exSIDE, y con Nicolás Caputo, socio y amigo/hermano de Macri, a quienes les dio recomendaciones puntuales en sus respectivas actividades a los fines de ayudar al Presidente.
Finalmente, el argentino más importante en el mundo y el presidente inesperado lograron encontrarse de manera gentil y previsible. Los dos respetaron un protocolo firme, aunque cálido y amistoso. Parece poco, pero ambos hicieron un profundo trabajo de transformación personal para lograrlo. Lo explicó monseñor Fernández en su ponencia en la UCA cuando habló de la necesidad de «hacer nacer una síntesis que nos supere y nos mejore a los dos, aunque los dos tengamos que renunciar a algo», ya que en la Argentina los «disensos no son sustanciales» pero a veces «la pasión política (los) agiganta hasta el punto de considerar que no hay lugar para el otro».
Macri y el Papa forman parte de dos culturas distintas. Francisco está más cómodo en lo aluvional, propio del peronismo que conoce y forma parte de su manera de revivir la argentinidad lejana. Es un tipo de emocionalidad que los peronistas conocen muy bien: vital, desprolija, irracional, difícil de catalogar. Macri necesita el orden para pensar y actuar, incluso cierto desapego, quizás por su formación de ingeniero, pero también porque no entiende los vínculos forjados al calor del mundo peronista, ese eterno presente donde es posible pasar sin escalas del amor al odio en un minuto. Y también lo contrario.
Hay quienes piensan que ayer se selló la paz entre el peronismo, del cual Francisco sería el líder indiscutido, y el Gobierno. Argumentan que el postkirchnerismo tenía pensado realizar mañana, 17 de octubre, una gran movilización para pedir el pronto viaje del Papa para rescatar a la Argentina de sus actuales gobernantes. Planeaba también ir a buscarlo a Ezeiza con una gran marcha, emulando el regreso de Perón. En efecto, Francisco adelantó que no viajará el año próximo para aventar esas disparatadas maniobras. Un peronismo sin líder, pretende que el Papa lo sea.
Macri, en cambio, fue más modesto en sus deseos. No pretendía una gran declaración de apoyo, ni un cheque en blanco a sus políticas. Sabe que en los próximos meses serán la gobernadora María Eugenia Vidal y la ministro Stanley las convocadas por el Papa. Hoy por hoy, al Gobierno le alcanzaba con la suave sonrisa de Francisco, algo así como un mensaje de que vamos bien y ya estaremos mejor. Es lo que logró.