El organismo liderado por Christine Lagarde pide que la Argentina corrija -cuánto antes- sus desajustes macroeconómicos.
Mauricio Macri opera para acelerar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional a través de un conjunto de contactos con los gobiernos que comandan la organización financiera.
La estrategia del Presidente es bien clara: que los líderes mundiales apoyen en forma explícita y faciliten las cosas en Washington.
Macri busca que antes del lunes -y del vencimiento de Lebacs- el Fondo emita un comunicado diciendo que el acuerdo está encaminado.
Antes dio una orden directa: acelerar el aval de los países que controlan el directorio. La Casa Rosada buscó el apoyo del G-7 para aflojar la dureza que ya expresó el “staff” de Washington contra la Argentina.
Sucede que Alejandro Werner -el director del Hemisferio Occidental- le expuso el miércoles a Nicolás Dujovne un conjunto de exigencias a cumplir para otorgar el stand-by.
Muchas son indigeribles para Cambiemos.
Por eso, Macri quiere poner a prueba el respaldo diplomático que cosechó: que la “palmada en la espalda” de los lideres mundiales se transforme en un apoyo concreto en el directorio del Fondo para frenar esas, imposibles, exigencias de los tecnócratas.
La tarea será dura: Werner y Roberto Cardarelli, el hombre del Fondo en el país, actúan en función de pautas de trabajo redactadas en el FMI y que el directorio también debería cumplir.
Ambos piden algo central: que la Argentina corrija -cuanto antes- sus desajustes macroeconómicos. Werner y Cardarelli lo dijeron claramente: el FMI no quiere financiar ninguna fuga de capitales.
También -aunque se quiere evitar- incluirán en su petitorio: flexibilización laboral, cambios en el sistema previsional -¿mayor edad jubilatoria?- y un nuevo blanqueo de capitales.
Otro blanqueo ya lo estudió en secreto hace unos meses la Casa Rosada. Pero la incapacidad para cuidar los sensibles datos de los contribuyentes perjudica su éxito.
Todas, decisiones que generarían tensiones en vísperas a las elecciones. Christine Lagarde se lo transmitió en marzo a Dujovne y Caputo. Durante el ya famoso almuerzo en la casa del ministro, la jefa del Fondo afirmó: “Yo estoy de acuerdo con el gradualismo en Argentina”. Pero advirtió: “Mis colaboradores no piensan igual y creen que hay serios problemas económicos”.
Werner y Cardarelli -los colaboradores de Lagarde- hablaron hace dos semanas en una reunión privada en Washington y dijeron a los inversores que la Casa Rosada no iba a cumplir su programa fiscal.
Así, ambos le echaron combustible a la corrida contra la Argentina.
El Presidente decidió desplegar una fuerte hiperactividad para compensar las desprolijidades de sus ministros y de su propio gobierno.
Mantuvo herméticos contactos con influyentes economistas que no integran sus equipos.
Esas conversaciones las conoce solo él y ni siquiera las compartió con su círculo íntimo. Son directas y para testear la visión que tienen de la marcha económica. Lo hizo porque confirmó que varias proyecciones que le prometieron sus funcionarios nunca se cumplieron. Habló con varios ex funcionarios de gobiernos con experiencia en crisis. E hizo por lo menos cuatro interconsultas telefónicas con otros especialistas; todas rigurosamente reservadas.
En Wall Street, se considera un error no haber preparado en secreto la negociación y mucho más difundir -por puro marketing interno- supuestos programas generosos del FMI aún no definidos.
Ahora se negocia un ortodoxo y antiguo stand-by. El Gobierno se enfrenta a una realidad, similar a la película del genial Sergio Renán: “Crecer de golpe”.
No fue afortunado el formato del anuncio.
Se expuso en forma innecesaria a Macri al desgaste de las negociaciones: nunca un Presidente anuncia que se inician conversaciones.
Un Presidente se reserva y habla cuando se cierra un acuerdo con el FMI.
Ya ocurrió algo similar con Vaca Muerta: fue al lugar de las inversiones y terminó dando un discurso sobre las estufas y el ahorro de energía.
Macri no duda en poner el “pecho” para compensar la falta de credibilidad que tiene su gabinete económico, y ahora en especial Federico Sturzenegger y el oculto Mario Quintana.
El problema, igualmente, no son los funcionarios; todos respetados profesionales, son víctimas del esquema de licuación de poder que armó Marcos Peña al dividir la conducción económica.
La decisión de acudir al FMI se adoptó el lunes cerca de la medianoche.
El tema era una -lejana- hipótesis de hace tiempo, pero no se habló de ella en la tarde de ese día en el encuentro del gabinete.
A la noche hubo una convocatoria de urgencia, promovida por el influyente ministro Luis Caputo. La reunión de emergencia se hizo en el domicilio particular de Gustavo Lopetegui, en el barrio de Palermo.
Algunos bautizaron la jugada como “el plan Palermo”.
Lopetegui recibió en su casa a Caputo, a Quintana y a Nicolás Dujovne. Forman el “Grupo de los 6” y junto al Presidente y a Peña integran el más exclusivo y poderoso equipo de WhatsApp de la Argentina.
Caputo expuso un informe -elaborado a partir de sus contactos internacionales- donde se decía que había un fuerte deterioro en la credibilidad sobre la política económica.
La conclusión asustó a los ministros: según la gente de Wall Street, la corrida iba a profundizarse llevando el dólar a precios que deterioran y licúan todo proceso político.
Hubo chequeos. Hubo contactos con Macri y Peña. Sobre el cuarteto se adueñó la intranquilidad y surgió la necesidad de administrar una fórmula extrema: acudir al FMI y buscar un reaseguro internacional.
Caputo fue el impulsor de la medida. El resto adhirió, preocupados por el ataque contra Argentina. En la reunión de coordinación -el martes a la mañana- no se decidió nada. Ya estaba la resolución tomada.
Se convino que viaje solo Dujovne, pero la resolución no fue acertada: el miércoles, lo primero que quisieron debatir los burócratas del FMI fue la política monetaria y no había nadie del Banco Central para dar precisiones. Dujovne cubrió la ausencia. El BCRA cometió errores y fogoneó la crisis al estimular los capitales golondrinas.
Fue un conjunto de viejas y malas decisiones de todo el Gobierno. Entre ellas:
Nunca se blanqueó el “Plan bomba” que le dejó Cristina Kirchner y se pensó que era posible pilotear todo ese desequilibrio con deuda permanente.
Quintana aumentó fuerte el déficit –1,6% el primer año y 1,1% en el 2017- con su plan de reparación histórica. La medida puede ser justa, pero resultó muy imprudente porque profundizó el rojo fiscal.
El Banco Central llevó adelante una estrategia monetaria y cambiaria que incentivó la especulación.
Las tasas de interés elevadas y el dólar barato del BCRA engendraron un mayúsculo déficit externo.Los fondos de “la bicicleta” que atrajo Sturzenegger son los que ahora empujaron la corrida.
Las peleas y decisiones insólitas le agregaron más confusión: Juan José Aranguren liberó el precio de los combustibles hace 8 meses y ahora aplica un congelamiento.
En el mundo de los negocios hay una tensa calma: dentro de la UIA se admite que la “supertasa” amesetará la actividad.
Pero confían en una cuestión: que un acuerdo con el Fondo obligará a la Casa Rosada a elaborar un ausente plan fiscal y monetario.
También hablan de otra cosa: un reordenamiento del gabinete económico.